"EL PUEBLO" QUE ME CONQUISTÓ

Contra todo pronóstico, este verano me he enganchado a una serie de Mediaset. La descubrí por casualidad, en una tarde tonta de verano y a pesar de estar plagada de tópicos rurales, el caso es que ya me he fundido las tres temporadas. 

 

Se trata de “El pueblo”, una especie de comedia rural, al estilo de “Aquí no hay quien” viva o “La que se avecina”, pero con personajes menos histriónicos, humor más blanco y rodada en un escenario real, con muchos exteriores. El argumento es el esperable: un variopinto grupo de urbanitas llega a un pueblo guiados por una pareja de hippies que pretenden montar una eco-aldea. Cada uno de ellos tiene sus propios motivos para asentarse en un pueblo abandonado, el problema es que allí viven todavía cinco personas. Gracias a la buena voluntad del alcalde y su ilusión por aumentar el número de habitantes, podrán quedarse a vivir en el pueblecito soriano de Peñafría (Valdelavilla en la realidad, en la mancomunidad de las Tierras Altas). A partir de ahí, la adaptación de estos nuevos habitantes y las situaciones que surgen de la convivencia entre personas tan distintas dará lugar a situaciones muy divertidas.

 

Como estaba “en modo vacaciones” quería simplemente ignorar las abundantes contradicciones e inexactitudes rurales, pero no puedo evitarlo, me saltan. El Ovejas, por ejemplo, personaje tan arquetípico como encantador ¿cómo puede vivir de un rebaño tan pequeño?, ¿cuándo y dónde ordeña sus ovejas para elaborar el famoso “queso protocolario”?. Pero si hay algo en lo que me fijo automáticamente son los tractores, sobre todo cuando aparecen en series, películas o anuncios ambientados en el medio rural. Laura es la urbanita que quiere vivir de un huerto ecológico aunque no tiene ni la más remota idea de cultivar y por tanto no le crece absolutamente nada. En un momento de desesperación, Cándido, el alcalde que hace honor a su nombre, le ofrece las llaves del tractor propiedad de un vecino ausente del pueblo desde hacía mucho tiempo. Dado el tono de la serie y que el primer tractor que aparece es un MAN bastante antiguo, pues una se esperaba un Barreiros, un Ebro o similar, pequeño con silla de hierro, obviamente sin arco de seguridad, pero funcional…pues no, en mitad del campo aparece un flamante tractor Fendt serie 700 (creo) que costará unos 100.000 euros.

 

Un
pedazo tractor con un pedazo de arado de vertedera para que una
urbanita ¿cave un huerto para cultivar pimientos?. ¡¡Menos mal que
tienen a Isidro, el experto en motores!! (se habla poco de las otras
profesiones ligadas a la agricultura por cierto). De la idea posterior
de sembrar trigo en verano, poner un pívot y abonar con mochila mejor ni
hablamos. Pero como dice Cándido, “yo creyere que tu supieres”.

Esta vez he preferido quedarme con lo positivo. ¿Que se aprovechan de que el despoblamiento rural está de moda? pues vale. Seamos prácticos, quizás series como esta hagan más por sensibilizar sobre estos temas, al mezclarlos con una buena dosis de humor. Esta serie ilustra la falta de servicios y el aislamiento del pueblo de una forma un tanto peculiar, pero tampoco tan descabellada. Nos muestra a los personajes yendo a “las ruinas de la cobertura” para poder hablar por teléfono o acceder a Internet. Para salir del pueblo tienen que recurrir al coche de Arsacio (el único del pueblo), al quad del cura o las bicicletas. Y lo más preocupante, el único personal sanitario realmente a mano para una urgencia médica es el veterinario.
 

Un momento que me
encantó es cuando al urbanita ex-ejecutivo le da por ir a vendimiar. La
cuadrilla de marroquíes se ríe de su entusiasmo inicial por ir a
“recoger el fruto de la tierra, como nuestros ancestros” ¡Por fin
alguien que muestra lo duro que es!. Por no hablar de la pullita a las
condiciones laborales en el campo.

Pero quizás una de las cosas que más me ha gustado es el lenguaje. Al principio me chocó y me parecía que simplemente reforzaba los estereotipos (sobre todo el uso de esos subjuntivos raros). Pero poco a poco una se va acostumbrando a todas esas expresiones y palabras en desuso de zonas rurales; que por cierto son totalmente reales ya que los guionistas las recopilaron para crear el dialecto propio de Peñafría. Entre bromas y veras, palabras como “amuñar” (estropearse), “engollipao” (estar lleno) o “estrapalucio” (desaguisado) entre muchas otras vuelven a ser pronunciadas y, en un bonito detalle de los guionistas, los personajes urbanitas van utilizándolas cada vez más conforme avanza la serie. Sobra decir que a mí me ha ocurrido lo mismo.

Cándido, el alcalde, “abocicao” a la ventana para informar a los vecinos.

 

En definitiva, que me ha gustado. No esperaba gran cosa, pero en vez de “enfolliscarme” con eso de los estereotipos y las incongruencias, he acabado echando de menos a sus personajes y me he quedado colgada de una historia dirigida al gran público que, en mi opinión, conjuga estupendamente la comedia, la ternura y por momentos el drama. Y que por si fuera poco, ha convertido el pueblo de Valdelavilla en un destino turístico; esperemos que los urbanitas que allí acudan no causen tantos “estrapalucios” como sus habitantes de la ficción.

 

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“EL PUEBLO” QUE ME CONQUISTÓ

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Oleh

conocer la agricultura

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Hora

11:34

Source: www.conocerlaagricultura.com

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